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“Mi mujer me ha dado la vida”

 

Maria y Antonio han participado en un trasplante cruzado de riñón en Corbera de Llobregat. / A. G.

 

A Antonio, de 62 años, no le hacía gracia que su mujer fuera a donar el riñón para beneficiarse él de un trasplante cruzado. “Me daba algo de miedo, le decía: ‘a ver si al final vamos a acabar los dos enfermos…”, rememora por teléfono desde su casa de Corbera de Llobregat (Barcelona). Pero ella estaba convencida. “Siempre ha sido muy valiente, muy fuerte, muy decidida; se implicó, lo movió todo… y al final me ha dado la vida”. Ahora, está encantado. “Me siento como si tuviera 14 años, a veces hasta me da miedo lo bien que me encuentro”.

Media vida de Antonio consistía en permanecer conectado a un equipo de diálisis domiciliaria. Doce horas, todos los días, de ocho de la tarde a ocho de la mañana, tenía que enchufarse a esta máquina que limpiaba su sangre y le extraía el exceso de líquido. Después de ocho años de una pérdida progresiva de la función renal, sus órganos apenas rendían al 8%, por lo que no le quedaba más remedio que encomendarse al equipo de diálisis peritoneal hasta que apareciera un órgano compatible. “Era algo muy esclavo, pierdes mucha calidad de vida, y, además, tampoco le funcionaba demasiado bien”, recuerda María, su mujer, de 57 años.

¿Miedo? En absoluto. Nada de nada
María, esposa de Antonio

En cuanto surgió la ocasión, ella se ofreció a ceder su riñón para ayudar a su marido. ¿Miedo? “En absoluto, nada de nada”, responde. “No teníamos vida, tengo una hija y una nieta en Madrid, no podíamos ir a verla, ni irnos a cenar…”. Las pruebas para someterse a la operación son muy exigentes. No solo se tiene en cuenta el estado de salud del donante y se analiza el órgano a trasplantar (análisis de sangre, pruebas de esfuerzo, exámenes para descartar enfermedades crónicas). También se somete a estos pacientes tan particulares a detallados estudios psicológicos. “Recuerdo que tuve que pasar un test que tenía 500 preguntas, una entrevista con un psicólogo, luego otro test…” El último paso consiste en un acto ante notario en el que el donante debe declarar que acepta voluntariamente ceder su órgano y que no ha sido coaccionado para hacerlo, “aunque hasta el último momento antes de acceder al quirófano puedes plantarte y echarte atrás sin ningún problema”, apunta María.

A María ni se le pasó por la cabeza echarse atrás. “Si no podía donar mi riñón a mi marido directamente por no ser compatible, lo haría a través del trasplante cruzado, estaba convencida de ello y lo asumí hasta las últimas consecuencias”, relata la donante.

Aunque es de otra persona, yo digo que el riñón es de mi mujer
Antonio, receptor de un trasplante cruzado

No hubo el menor incidente y todo salió bien. “Si no fuera por la cicatriz, ni me acordaría de la operación”, cuenta María. “No echo de menos el riñón en absoluto, no he sentido ningún cambio en mi salud o psicológico desde entonces, ni me acuerdo de que me falta”, añade. “Y el cambio que ha dado mi marido es total, está más delgado, más joven, hemos vuelto a irnos de viaje”.

Todo son palabras de agradecimiento al hospital de Bellvitge, donde fueron atendidos. “Estuvimos en la misma habitación las primeras noches, nos cuidaron todos estupendamente, el trato fue siempre muy humano; incluso el cirujano que nos fue a operar quiso conocernos personalmente una semana antes de realizar la operación”. El riñón de María salió con destino a otro paciente mientras llegaba otro para su marido. “Aunque es de otra persona yo digo que el riñón es de mi mujer”, explica.

Antonio comenta que frecuentemente se pregunta cómo le habrá ido al receptor del riñón de su mujer, si estará igual de bien que él. Uno de los pilares del sistema español de trasplantes es el anonimato, lo que comprende perfectamente. “Es lógico que no nos conozcamos, pero es algo que tengo muy presente; se lo preguntamos a los médicos en las revisiones, y de momento todo va bien”. Otra cuestión que tiene muy en cuenta es la responsabilidad que supone cuidar un órgano que le ha cedido en vida otra persona. “Hago ejercicio, vigilo lo que como y lo que bebo… aunque nunca he sido de pasarme, trato de tener cuidado; por mí y por los donantes”.